diciembre 4, 2024

A 90 años del surgimiento del revisionismo histórico argentino

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POR 

JULIÁN OTAL LANDI

El mismo año en que moría Hipólito Yrigoyen, aislado e incomunicado, se firmaba en Londres el Pacto Roca – Runciman, que regulaba el comercio de carnes entre la Argentina y Gran Bretaña con importantes beneficios para este último, mientras que por el lado argentino los grupos invernadores eran los únicos privilegiados del acuerdo. Figuras vinculadas a la ganadería y perjudicados del escandaloso acuerdo como Lisandro de la Torre salieron a la denuncia pública.

También los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta se veían perjudicados: siendo dueños del Frigorífico Gualeguaychú, se encontrarían en inferior condiciones por los beneficios otorgados a los frigoríficos extranjeros en el suscripto Pacto. Al calor de dichos acontecimientos, en 1934 daría a la luz uno de los libros fundacionales del Revisionismo histórico argentino: La Argentina y el imperialismo británico. Los eslabones de una cadena, 1806 –1933, escrito por Rodolfo y Julio Irazusta:

La crisis mundial y las revoluciones que conmovieron a la Argentina en las décadas subsiguientes fueron mejor campo de cultivo para la influencia británica que todas las vicisitudes nacionales anteriores, excepto la que siguió a la disolución del gobierno central en 1820. Mientras la mayoría de los gobiernos civilizados, sin tener en cuenta su mayor o menor fuerza, enfrentaban las circunstancias con espíritu renovador, entre nosotros ocurrió al revés.

A la conservación del mercado tradicional para nuestras exportaciones, se sacrificó el desarrollo por medio del tratado Roca –Runciman, que prohibió al capital argentino perseguir fines de lucro privado en la industria elaborada de la ganadería, y prometió mayor benevolencia para los capitales británicos (Rodolfo y Julio Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico)” .

Sin embargo, sería muy parcial buscar solamente en la afectación económica de los Irazusta las únicas motivaciones para encarar aquel trabajo pionero dentro del denominado revisionismo histórico argentino. El libro en cuestión fue producto de la crisis que acongojaba al país desde la segunda presidencia yrigoyenista, significando definitivamente el detonante que había provocado el mencionado acuerdo argentino –británico. El propio Irazusta confesaba que “hasta 1930 mi interés por la historia patria no había sobrepasado el que puede tener todo joven en trance de formarse una cultura y examinar o enjuiciar la realidad que lo circunda. Había acompañado a Ernesto Palacio, a Juan E. Carulla y a mi hermano Rodolfo Irazusta en una empresa política, lo que comportaba cierta presunción de conocer del pasado nacional, lo preciso para ubicarme en el presente y orientarme hacia el porvenir. Pero no había hecho de la historia un estudio especializado, como el que haría más tarde” .

Basta dar mención a una serie de ensayos nacionales de distintos espectros ideológicos para dar cuenta de no solo la “tormenta del mundo” a que brillantemente denominaba Halperín Donghi a nuestro periodo sino también a una crisis de ideas que habían estado ancladas bajo la idílica visión del progreso indefinido. Fue así que Raúl Scalabrini Ortiz publicaría “El hombre que está solo y espera” (1932); “Radiografía de la pampa” de Ezequiel Martínez Estrada (1933); “Este pueblo necesita…” (1934) de Manuel Gálvez; “Catilina” (1934) de Ernesto Palacio e “Historia de una pasión argentina” de Eduardo Mallea” (1937) apuntan a una problemática en conjunto (y que fuera un eje insoslayable para comprender la importancia del revisionismo histórico): la política nacional y el dilema moral.

El propio Julio Irazusta diría en sus memorias que:

1934 vio la aparición del Catilina, de Ernesto Palacio. Creo no dejarme engañar por la entrañable amistad que me ligó en esos años (amistad que felizmente aún mantenemos) con el admirable escritor, al decir que aquel libro es obra cumbre del pensamiento político argentino. Aparte del afortunado esfuerzo por revisar un proceso histórico hasta entonces mal enfocado por la historiografía universal, el Catilina encierra en el capítulo “Sobre la ambición política” el mejor planteo hasta ahora existente de las relaciones entre la moral y la política”.

De esta forma, la revisión historiográfica se da a partir no sólo de una convulsión económica sino también de la visibilización de una crisis ontológica que nos aquejaba (y nos aqueja) como nación. Hasta entonces, referentes del nacionalismo, como eran los hermanos Irazusta, no se habían planteado la incidencia de Gran Bretaña sobre la historia nacional; es más, tampoco se creían necesaria la revisión hacia la figura de Rosas. En sus Ensayos históricos, Julio Irazusta planteaba su reserva incluso hacia la publicación por los años treinta de la obra del mexicano Carlos Pereyra con su Rosas y Thiers:

…mi hermano Rodolfo propuso que publicáramos el Rosas y Thiers… Ernesto Palacio y yo fuimos de opinión contraria. Recuerdo que me basaba en este criterio: que si bien podíamos ser osados al exhumar textos comprometedores de teoría política, desde que ya teníamos criterio formado sobre las ideas generales de la materia, no convenía desafiar la opinión imperante provocando la discusión sobre Rosas…”

Finalmente, con la crisis del treinta y la decepción uriburista habían provocado en Julio Irazusta la necesidad de abordar la problemática de la historia; y el descubrimiento de la obra de Adolfo Saldías (historiador que a fines del siglo XIX publicara Historia de Rozas y la Confederación argentina, hasta entonces vedada historiográficamente) fue fundamental para él al momento de entablar la conexión de los intereses británicos en el Plata y la oprobiosa alianza que tuvo con los unitarios.

De esta forma, La Argentina y el imperialismo británico, significó en primer medida una denuncia hacia el llamado estatuto legal del coloniaje que sufría el país, además de emprender el puntapié oficial para el cuestionamiento hacia la historia oficial fundada por el mitrismo. Irazusta planteaba la problemática y la falta de integración que habían llevado a cabo los intelectuales que le habían dado rienda a la historiografía hegemónica, y su crítica iba dirigida tanto los oficialistas como para los primeros revisionistas surgidos a finales del siglo XIX (Saldías, Quesada) encontrando su origen en el carácter liberal:

La tradición unitaria, aún dueña de la enseñanza oficial, en el afán de estancar el juicio histórico donde lo dejaron sus antepasados, entorpeció el desarrollo nacional en todos sus aspectos, anquilosando su diplomacia, ahogando su economía, puerilizando su arte, haciendo refleja su filosofía, salvo excepciones rarísimas en todos los campos del espíritu nacional. Por su parte la opinión revisionista, se extravió también, añorando restauraciones imposibles, reproduciendo métodos de guerra civil en épocas de profunda paz interna y externa. Y por su tendencia a tomar del gran caudillo, en torno al cual debe racionalmente centrarse la revisión, las recetas de violencia, antes de ductilidad, dificulta el planteo científico del problema, único que puede y debe reconciliar a los argentinos por encima de sus trasnochadas banderías.

Entre la servil imitación de un ejemplo histórico y el aprovechamiento de sus enseñanzas en condiciones diversas, hay una enorme diferencia. Lo operable, a inspiración de una buena escuela del interés nacional, cuando las circunstancias han variado, puede consistir en hacer no lo mismo sino a veces lo contrario del maestro. (…)Imposible ofrecer aquí todas las pruebas que voy acumulando en volúmenes sobre la flexibilidad de Rosas para evolucionar ante las vicisitudes de su época. (…)Tomemos su política económica, la más relacionada al problema constitucional argentino, como lo sostengo en mi examen de la suma del poder. (…)de todas las evoluciones lo interesante no son los detalles por sí mismos, sino su adecuación al proceso en cada caso, y la cualidad espiritual de quien los adoptaba. (…)la conducta de Rosas no por ser la de un teórico de la ciencia económica y financiera, sino la de un gobernante responsable, es un modelo en las dos”.

Cuando el referido libro fundacional salía a luz en 1934 fue bien recibido por el grupo intelectual. Es que antes de que se agudizaran las diferencias, los hermanos Irazusta (sobre todo Julio, el más prosista de los dos) eran figuras vinculadas a la elite cultural de la época, incluso abonados a la revista Sur dirigida por Victoria Ocampo. En una carta felicitándolo, el historiador radical Emilio Ravignani (eminente figura de la renovación historiográfica conocida como Nueva Escuela Histórica) le decía que la obra en cuestión le parecía “muy bien intuida y acertadamente encarada”. Mientras que el popular escritor y novelista Manuel Gálvez afirmaba que “la tercera parte del libro de ustedes es la mejor interpretación de nuestra historia que se ha hecho hasta hoy”.

En definitiva, lo destacable de La Argentina y el imperialismo británico serían diversos factores que estarán presentes a partir de ahí en la bibliografía revisionista:

  1. La injerencia de Gran Bretaña dentro de la historia nacional y la suscripta dependencia económica.
  2. La traición de la oligarquía que anteponía sus intereses frente a los de la patria.
  3. La figura de los caudillos y particularmente la de Juan Manuel de Rosas, como defensores de la tradición hispánica, la unión de los pueblos ante la prepotencia extranjera, su posición antiliberal y la defensa de la soberanía.

Para los Irazusta, la raíz del mal que es la consagración de la oligarquía (en términos aristotélicos, síntomas del mal gobierno, antítesis del gobierno virtuoso: la aristocracia) se consolida luego de la derrota del gobierno rosista en Caseros. A partir de ahí, se consolidaría la ideología foránea, convertida en “la religión del progreso y la civilización”. Curiosamente, el autor del alegato historiográfico que integraba “La Argentina y el imperialismo británico” estaría a cargo de Rodolfo y no de Julio quien asumiría luego un rol preponderante en la labor revisionista.

La obra de los Irazusta concitó el apoyo de jóvenes provenientes de otros sectores políticos, como el caso de Ramón Doll, militante por entonces socialista, que desde Claridad en mayo de 1934, aplaudía la aparición del libro y refiriéndose a la oligarquía manifestaba:

Los autores observan cómo nuestras clases dirigentes a lo largo de la historia y ahora, especialmente, representan al país en su aspecto de mercado, y como la necesidad sentida por esas clases de enriquecer y enriquecerse, han subordinado siempre la autarquía y la soberanía nacional”.

Los hermanos Irazusta enseguida serían conscientes de que fueron auténticos intérpretes del sentir nacional. Julio afirmaba que en aquel 1934 luego de que publicaron La Argentina y el imperialismo británico hubo una “especie de eclosión de conciencia nueva sobre la realidad nacional, lo que Scalabrini Ortiz llamó en uno de sus primeros trabajos, aparecido en la Gaceta de Buenos Aires el 6 de octubre de 1934, “movimiento de realismo nacionalista”. El nuevo campeón que entraba en liza demostraba de modo irrefutable que de los 50 mil millones que constituían la fortuna pública, casi 30 mil estaban en manos de extranjeros, y poco más de 20 mil en manos del pueblo argentino. Y concluía: “el mito en que se asentaba nuestro optimismo se va disipando”.

Lo que sigue es historia conocida ( o no). Posiblemente incompleta que es una manera sutil de desvirtuarla. Al año siguiente nacería FORJA, retomando las banderas del viejo nacionalismo popular que había representado el desaparecido caudillo Yrigoyen. Con el tiempo, aquellos combatientes nacionalistas que habían denostado al viejo caudillo radical conspirando (Irazusta, Palacio) le reconocerían muchos atributos, uno de ellos la honestidad. FORJA haría una relectura de la historia que encontraría muchos puntos de coincidencia con aquel revisionismo histórico fundado por los hermanos entrerrianos. También en 1835, Julio Irazusta publicaría su primer trabajo histórico “Ensayo sobre Rosas”. La reacción conservadora no se haría esperar en un contexto al que el periodista nacionalista José Luis Torres lo supo bautizar magistralmente: “la década infame”. En su denominación anida de nuevo la observación moralista: la década vil y corrupta buscó refrendar el viejo pacto liberal decretando el nacimiento de la Academia Nacional de la Historia en 1938, luego sería conocida popularmente como “La Historia Oficial”. Sin embargo, “La Argentina y el imperialismo británico” no sería únicamente un mero testimonio o una simple sensación, sino que daría el puntapié para aunar fuerzas entre diversos nacionalistas. Los mismos se nuclearían también en 1938 como una especia de contracara, edificando una barrera contestataria a la falacia histórica fundando el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Allí los Irazusta tendrían mucho que ver en esa labor concienzuda.

*El autor es profesor en Historia. Miembro académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.

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