octubre 10, 2024

por Maria Sucarrat

Nacido en el seno de una familia aristocrática, cuando eligió el camino de la fe pronto conoció la realidad de los desposeídos y vio una afinidad del cristianismo con el peronismo. Fue de los primeros curas villeros e integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Su opción por los pobres y sus ideas a favor de la revolución le valieron la vida, que perdió a manos de un sicario de la Triple A, hace ya cincuenta años.

Carlos Sergio Francisco Mugica Echagüe nació tercero. Por parto natural, el 7 de octubre de 1930. Nació después de Carmen y de Bubby y antes de Alejandro, Teresa, Miguel y Marta. Fue criado entre niñeras, mucamas y cocineras. Entre fútbol, oraciones y colegios públicos. Todos los domingos, Adolfo y Carmen llevaban a sus siete hijos a misa. Alternaban entre la Parroquia del Santísimo Sacramento y la del Socorro. Comenzó la escuela secundaria en el Nacional de Buenos Aires, siempre con malas notas. Una suspensión hizo que sus padres lo cambiaran al ILSE. Decidió ser abogado, pero quiso sacarse una duda que le carcomía el alma: ¿y si había nacido para jugador de fútbol? Se probó en All Boys y quedó seleccionado por su juego, pero cuando los entrenadores vieron su documento, le dijeron que no daba para inferiores. La despedida del fútbol lo llevó directo a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires mientras seguía con sus actividades religiosas.

La primera vez que pensó en ser sacerdote fue a la salida del confesionario. “Creo que la felicidad depende de cosas más profundas que una chica, Fangio campeón mundial, o la copa de Racing”, le había dicho el cura que lo confesó. Un año más tarde, se subió a un barco y viajó a Europa para recibir la bendición del papa Pío XII. En Roma tomó la decisión.

“Yo a Carlitos lo conocí en la parroquia. Él tenía 12 años y era aspirante a la Acción Católica. Yo tenía 18, y ya era subdelegado. Unos meses después entré al seminario y por varios años dejamos de vernos”, dijo el padre Alberto Carbone, fallecido en noviembre de 2022.

Por la edad con la que ingresó al Seminario de Villa Devoto se ganó el apodo de “el Viudo”. En su clase convivía con adolescentes que acababan de terminar el primario. Allí no solamente encontró tiempo para la oración, sino que empezó a disfrutar de otra de sus pasiones: el cine.

Durante la década de 1950, la Iglesia mostraba al mundo sus primeros cambios, que culminarían con el Concilio Vaticano II. Perón escribía Conducción política mientras Mugica rezaba para ganarse el cielo y sus compañeros de otros años devoraban los textos de Charles de Foucauld y de René Voillaume que habían conseguido por izquierda. Todos los días eran más o menos iguales hasta que el cura José María Iriarte invitó a Carlos a hacer tareas sociales en los conventillos de la calle Catamarca, cercanos a la parroquia Santa Rosa de Lima. Ese fue su primer contacto con los pobres. El definitivo iba a ocurrir un tiempo después, cuando se sintió interpelado por una frase escrita en tiza en la pared de un conventillo, por esas mismas manos pobres tras el golpe que derrocó al peronismo en 1955: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los cuervos”.

LA LIBRETITA NEGRA

La libretita negra de Mugica está hoy en el archivo de la Universidad Católica de Córdoba. El jesuita José María “Pichi” Meisegeierse ocupó de guardar cada cosita de Carlos que pasó por sus manos. Cuadernos, papeles anotados, el pañuelo, las cintas de las coronas enviadas al sepelio, la libretita de tapas negras que siempre llevaba el cura en el bolsillo del pantalón.

Mugica escribía en la libreta casi todos sus pensamientos. Sus deseos y objetivos. Aquellos libros que debía leer, Psicología de la mujer, de Leibl, las películas que debía mirar. Allí dejó testimonio también del uso del cilicio, “durante la cuaresma, una hora por día”. También del ayuno y de la meditación.

Y escribía ejercicios: “Lunes 30 de junio. Nombro con letras las acciones para, al final del día, hacer el examen de conciencia. Oración es ‘o’. Estudio es ‘e’. Meditación, ‘m’. Conversación política ‘cp’. Humildad en conversación ‘h’, comida ‘c’ y diario ‘d’”. El 1 de agosto se autocalificó “Bien” en “o”, “e”, “c” y “d”. En “m” se puso regular. “Domingo en casa. Discusión con Teresa, me calenté un cachito. Me distraje pensando en el cine. Luché.”

“La primera función de Carlos como sacerdote fue la de secretario del cardenal Caggiano. Pero logró despegarse y fue a acompañar a monseñor Iriarte a Reconquista. Ese viaje hizo que fuera fuerte después en la villa”, recordó Carbone.

De la iglesia de Caggiano lo mandaron a la Escuela Paulina von Mallinckrodt, un liceo a orillas de la Villa 31. Fue entonces que pisó por primera vez la villa. La capilla Nuestra Señora del Puerto, en el Barrio YPF. Allí conoció a Lucía Cullen, quien se convirtió en su mejor y más querida amiga. En 1959, fue nombrado asesor de la Juventud Universitaria Católica en las facultades de Medicina y Ciencias Económicas de la UBA. Los sábados, en Alsina 830, se juntaban a hablar de política. Los domingos, junto a otros curas encargados de otras facultades, celebraban la “misa universitaria”. Mientras varios de los curas elegían vivir en la villa y se ganaban la vida con oficios, Carlos fue nombrado profesor de Teología en la Universidad del Salvador.

EL DESCENSO

El 11 de octubre de 1962 se inauguró el Concilio Vaticano II, que despertó un clima de expectativa. “La Iglesia no quiere condenar a nadie, prefiere usar la compasión y la misericordia, desea abrirse al mundo moderno… Quiero que entre aire, aunque algunos se resfríen”, dijo el papa Juan XXIII en la apertura.

Muchos sacerdotes se encontraban para hablar de la reforma de la Iglesia. Pero los movimientos socialistas, que ponían los ojos en los pobres, fueron permeando en las discusiones. “En ese momento, se comenzó a aplicar lo que podríamos llamar la teología de las realidades terrenas, una visión europea”, contó Carbone. “El proceso de los curitas de la villa es interesante. De una visión europea y teológica se pasó a una visión latinoamericana de la Iglesia. ¿Qué quiere decir eso? Que de los libros se pasó a las personas y a los hechos. Al hacerse sacerdotes de las villas, entraron en contacto con algo que era nuevo en la vida de muchísimos de ellos. Una visión distinta. Se aprende, se escucha. Los padrecitos se fueron a sus villas y disimularon su existencia, nadie sabía que eran sacerdotes. Pero la gente empezó a verlos en las capillas y a darse cuenta de quiénes eran. Y entraron en una relación que fue aleccionadora porque los curas empezaron a darse cuenta de lo que es el sentir popular. Ese sentir popular, en su gran mayoría, era peronista. Entró en el conocimiento de los padrecitos una profundización de la Biblia y al mismo tiempo una profundización de la realidad nacional. Comenzaron a vivir lo que se llamaría el sentir popular. Si tuviera que ponerle un título le diría ‘situación de descenso’, como descendió Jesús y se mezcló con los seres humanos, en especial con la gente necesitada, carenciada, o sea, aquellas que necesitan auxilio. Todo eso movió a Carlitos a profundizar su realidad en las villas. El conocimiento de los pobres hizo que se transformara en un referente interesante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo cuyo objetivo central es ser sacerdote de los pueblos y de los pueblos pobres.”

El 7 de julio de 1963, en la elección de Arturo Illia, Mugica tuvo su primera expresión política frente a los fieles de la Iglesia del Socorro. Con el peronismo prohibido y Juan Perón exiliado, dijo: “Hoy es un día triste para el país; una parte importante del pueblo argentino ha sido marginado de los comicios y será dirigido por un hombre a quien solo votó el 18 por ciento de los electores”. Con Perón proscripto, los militantes de la resistencia peronista se convierten en los primeros acompañantes en sus recorridos por la Villa 31, en la que había dos capillas, ambas construidas con las manos y el esfuerzo de los trabajadores. Mugica se asentó en Cristo Obrero, ubicada en el Barrio Comunicaciones, y terminó de construirla con dinero que le pidió a su hermano Alejandro.

UN VIAJERO

En 1966, con un grupo de quince estudiantes secundarios de la Acción Misionera Argentina y de la Juventud Estudiantil Católica, Mugica partió al Chaco santafesino. Allí conoció a Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus, Mario Firmenich, Graciela Daleo y Roberto Perdía, mayor que ellos, ya abogado. Allí supieron otra realidad, la de dolor y la injusticia que vivían cotidianamente los trabajadores rurales. Allí se enteraron de la muerte del sacerdote colombiano Camilo Torres y entre todos forjaron la premisa “Hacer algo, pero ya”. Ese año conoció a Hélder Câmara y meses después se acercó al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una corriente que comenzó luego del Concilio Vaticano II.

A fines de 1967, ya con el dictador Juan Carlos Onganía en la presidencia tras derrocar a Illia hacía más de un año, Mugica viajó a Bolivia con la intención, sin éxito, de reclamar los restos de Ernesto “Che” Guevara. De allí se trasladó a Escocia para ver jugar a Racing contra el Celtic en el Hampden Park, y desde allí partió a París, desde donde firmó el “Manifiesto de los 18 Obispos para el Tercer Mundo”. Un sobre de papel madera que le llegó a su pensión en París enviado por John William Cooke le reveló una sorpresa. Días después, con pasaporte falso y vía Praga, Mugica se embarcaba hacia Cuba en un avión militar soviético para conocer “el único territorio libre de toda América”. De vuelta en Francia, recibió una invitación para visitar a Perón en Puerta de Hierro, donde cumplía su exilio. Manejó 1.300 kilómetros y lo logró. En París lo esperaba el Mayo francés mientras que, en Buenos Aires, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, conformado por casi mil curas, lanzaba su primera acción: “Carta a los obispos de Medellín”. Mugica volvió a la Argentina en octubre. Para entonces en La Caña, a 120 kilómetros de Taco Ralo, la policía había detenido a trece personas a las que los diarios calificaban de guerrilleros. El grupo se
denominada Comando Montonero 17 de Octubre, de las Fuerzas Armadas Peronistas.

VELOCIDAD

En 1970 a Mugica no le alcanzaban las horas del día. Era capellán de la parroquia San Francisco Solano, celebraba misa en la Santa Elena, daba clases en la Universidad del Salvador y en el Instituto de Cultura Religiosa Superior, a lo que sumaba una fuerte presencia en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. El cardenal Juan Carlos Aramburu había autorizado la creación del Plan Pastoral de Villas de Emergencia y nombrado un equipo sacerdotal y otro obrero. Nueve curas buscaron un empleo. Mugica decidió no hacerlo. La consigna “Transformemos las villas en barrios obreros” comenzó a sonar fuerte.

El clima se iba poniendo espeso. Montoneros, conformado por antiguos integrantes de la JEC, irrumpía en la escena política: mediante un comunicado se adjudicaba el secuestro y la ejecución de Pedro Eugenio Aramburu. Onganía implantaba la pena de muerte para actos terroristas y secuestro de personas. Mugica se agarraba la cabeza. En julio de 1970, la Secretaría de Informaciones del Estado, que dependía directamente de Presidencia de la Nación, emitió un informe titulado “Factor religioso (Tercer Mundo) en la Argentina”. Un trabajo mecanografiado encabezado con la frase “Estrictamente confidencial”. Allí se daba cuenta de los movimientos cotidianos de cada uno de los religiosos integrantes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus estaban muertos, abatidos por la policía el 7 de septiembre de 1970, “sindicados como partícipes del secuestro y asesinato del general Aramburu”. Mugica realizó el oficio fúnebre de aquellos dos jóvenes que había conocido en el Nacional de Buenos Aires. El padre Carlos, que estaba siendo amenazado, recibió una bomba en el hall del edificio en el que vivía, en la calle Gelly y Obes 2230. Sus amigos y su familia le rogaron que se fuera del país. No accedió. En el IV Encuentro, el Movimiento de Sacerdotes se fracturó entre peronistas declarados y marxistas. La dinámica política de aquellos meses tomaba cada vez un vértigo mayor. Durante 1971 comenzó a escribir columnas en el novedoso diario La Opinión, dirigido por Jacobo Timerman. Al año siguiente, Mugica y su compañero del MSTM Jorge Vernazza integraron la comitiva de 153 personas que acompañó el vuelo 3584 de Alitalia, que en la mañana del 17 de noviembre trajo a Perón de regreso al país, luego de más de 17 años de exilio. El 6 de diciembre de 1972, Mugica fue uno de los encargados de organizar la visita de medio centenar de sacerdotes tercermundistas a la casa de Gaspar Campos, en Vicente López, donde el expresidente, junto a su tercera esposa, Isabel Martínez, y su secretario, el esotérico José López Rega, residiría tras su retorno a la Argentina.

ADIÓS Y LAS ARMAS

Con Perón de regreso, Mugica entendió que ya no era tiempo de resistencia armada, que el objetivo del “Luche y vuelve” se había alcanzado. Para 1973, su impronta personal y su participación en los medios lo habían convertido en una celebridad pública. Fue tentado a presentarse como candidato a diputado por la ciudad de Buenos Aires por la Tendencia Peronista. Se lo ofreció Perón. Lo rechazó. Pero aceptó sumarse como asesor ad honorem en el Ministerio de Bienestar Social que, tras el triunfo presidencial de Héctor Cámpora, había quedado en manos de López Rega. Duró pocos meses en el cargo. Las diferencias con el ministro eran insalvables. Mugica quería que la construcción de las villas en barrios obreros estuviese a cargo de la propia organización de los vecinos, de cooperativas creadas por los villeros. López Rega, que fuese realizado por empresas privadas. La relación ya estaba minada. El 28 de agosto, Carlos renunció al Ministerio. Quisieron ensuciarlo con una insustancial denuncia de gastos indebidos en su paso ministerial que se cayó de inmediato. Lo que sí continuaron fueron las amenazas a su domicilio. Una y otra vez. En distintos horarios. Para entonces, Mugica se había distanciado de las organizaciones armadas, de los jóvenes a los que había asesorado espiritualmente, a quienes convocó a “dejar las armas para empuñar el arado”. Con quienes además se enojó públicamente tras el asesinato del líder de la CGT José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de ese año, lo que representó un golpe casi terminal contra Juan Perón, que un par de días antes acababa de ser electo por tercera vez presidente de los argentinos. Mugica se alejó de la Tendencia y comenzó a referenciase en el grupo Lealtad, con el que marchó el 1o de mayo de 1974 en que el General fue enfrentado por Montoneros desde la Plaza de Mayo con cantos contra Isabel y “los gorilas” que había en el Gobierno nacional. Perón los calificó de “imberbes inútiles” y las organizaciones de la Tendencia abandonaron la Plaza.

Tan solo diez más tarde, el lluvioso sábado 11 de mayo, Mugica ofició misa en la iglesia San Francisco Solano del barrio porteño de Villa Luro. Ya había anochecido cuando su amigo Ricardo Capelli lo aguardaba ansioso a la salida de la parroquia junto a María del Carmen Artero de Jurkiewicz porque los esperaban en la 31 a comer un asado; el Drácula, un vecino del barrio, cumplía años.

Carlos se había demorado unos minutos adentro hablando con la gente. Cuando lo vio salir, Capelli avanzó hacia su auto. Un grito de Mugica lo detuvo: “La puta que te parió, hijo de puta”. Lo que siguió fueron detonaciones de una metralla que fusiló al padre Carlos a poca distancia. Cinco disparos. Capelli fue herido por otra descarga desde otro ángulo. Cuatro disparos. Fue como un latigazo seco que lo volteó y al caer vio cómo su amigo cura deslizaba su cuerpo malherido contra la pared.

El expolicía Edwin Duncan Farquharson, alias “el Inglés”, de la Unidad Especial del Ministerio de Bienestar Social, apoyó el operativo en la puerta de la iglesia sobre la calle Zelada. El subfusil Ingram MAC-10 que se descargó sobre Mugica lo empuñó Rodolfo Eduardo Almirón Sena, el esbirro y custodio de López Rega. Un arma similar también disparó Juan Ramón Morales, de la misma banda criminal, que semanas más tarde, el 31 de julio, con el asesinato del abogado Rodolfo Ortega Peña, se conocería públicamente como Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A.

El sacerdote y Capelli fueron trasladados en el Citroën 2 CV de un vecino de la parroquia hasta el hospital Salaberry, en Mataderos.

Poco antes de las 22, las radios daban la noticia: el cura de los pobres, Carlos Mugica, estaba muerto. Lo habían asesinado.

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