Lumumba, a cien años del nacimiento del hombre que no se arrodilló
Se cumplen cien años del nacimiento de Patrice Lumumba, líder independentista y primer ministro del Congo tras el fin del dominio colonial belga. Su asesinato en 1961 fue parte de una operación encubierta con apoyo internacional. Su figura es recordada como símbolo de la lucha anticolonial en África y en el mundo.

El 2 de julio de 1925 nacía Patrice Émery Lumumba en Onalua, en lo que entonces era el Congo Belga. Cien años después, su nombre todavía resuena como símbolo de dignidad, resistencia y emancipación africana. Fue el rostro y la voz de un pueblo que se sacudía las cadenas coloniales impuestas por Bélgica, y su destino quedó sellado con la fuerza de quienes no se doblegan. Fundador del Movimiento Nacional Congolés (MNC) en 1958, Lumumba asumió la tarea histórica de encabezar la lucha por la independencia con un programa político que denunciaba sin rodeos “el dominio colonialista y la explotación del hombre por el hombre”. Ese mismo año participó de la histórica Conferencia Panafricana de Acra, en Ghana, donde estrechó lazos con otras figuras centrales del panafricanismo como Frantz Fanon y Kwame Nkrumah, siendo nombrado miembro permanente del comité de coordinación.
La reacción del poder colonial no se hizo esperar. En 1959, la represión contra el MNC y otros partidos independentistas se intensificó. Las autoridades belgas intentaron detener a Lumumba, provocando un motín brutal que se saldó con 30 muertos. Días después fue arrestado y condenado a seis meses de prisión. Pero la voluntad de su pueblo era más fuerte. El 30 de junio de 1960, el Congo proclamó su independencia y Patrice Lumumba, con apenas 34 años, asumió como Primer Ministro del nuevo Estado libre. En la ceremonia oficial, el rey Balduino pretendió sellar la jornada con un discurso cínico en el que ensalzaba la administración colonial y reivindicaba a Leopoldo II —el genocida que convirtió al Congo en una pesadilla de caucho, sangre y mutilaciones— como “el civilizador del país”. Pero entonces Lumumba, sin haber sido incluido en el programa oficial, pidió la palabra. Lo que siguió fue un discurso inolvidable, pronunciado frente al rey, la prensa internacional y las cámaras del mundo entero. Una pieza que, a fuerza de verdad y coraje, se inscribe en la historia como uno de los mayores actos de soberanía simbólica de los pueblos africanos.
“Aunque esta independencia del Congo está siendo proclamada hoy en acuerdo con Bélgica (…), ningún congolés olvidará que la independencia se ganó en lucha”, dijo. “Estuvo llena de lágrimas, fuego y sangre (…) para poner fin a la humillante esclavitud que nos fue impuesta”. Denunció con claridad la explotación, el racismo, los asesinatos, las prisiones, los golpes, la humillación cotidiana. “Éramos sometidos a burlas, insultos y golpes porque éramos ‘Negros’”, dijo sin eufemismos. “¿Quién podrá olvidar los tiroteos que mataron a tantos de nuestros hermanos, o las celdas en las que eran arrojados sin piedad aquéllos que no estaban dispuestos a someterse por más tiempo?”. Fue un momento de ruptura, no sólo política, sino espiritual: por fin el Congo hablaba con su propia voz.
Pero ese gesto de dignidad fue intolerable para las potencias imperialistas. Según narra Bob Woodward en Las guerras secretas de la CIA (1981-1987), el 25 de agosto de 1960, menos de dos meses después del discurso, el entonces Director de la CIA ordenó que “la destitución de Lumumba debe ser un objetivo primordial y urgente”. Su figura debía desaparecer. Y así fue. El 17 de enero de 1961, Patrice Lumumba fue brutalmente asesinado tras ser capturado por fuerzas leales a Joseph Mobutu con el apoyo de Bélgica y Estados Unidos. Luego, su cuerpo fue destruido hasta no dejar rastro, en un intento no sólo de borrar pruebas, sino de borrar su existencia misma, de arrancarlo de la memoria colectiva. No lo lograron.
Recién en 2001, el Parlamento belga reconoció su “responsabilidad moral” en el crimen, tras una investigación oficial. Y recién en 2022, más de seis décadas después del magnicidio, se inauguró en Kinshasa un mausoleo en su honor. Pero el verdadero mausoleo de Patrice Lumumba es el corazón de los pueblos africanos, caribeños, afrodescendientes y de todos aquellos que saben que la lucha por la libertad no admite claudicaciones. Su figura vive en cada levantamiento anticolonial, en cada bandera de reparación histórica, en cada combate por una África sin neocolonialismo, por un mundo sin racismo ni dominación.
“No escatimamos fuerza o sangre”, dijo. “La República del Congo ha sido proclamada y el futuro de nuestro amado país está ahora en las manos de su propio pueblo. Le mostraremos al mundo lo que el hombre negro puede hacer cuando trabaja en libertad, y haremos del Congo el orgullo de África”.
Hoy, a cien años de su nacimiento, Patrice Lumumba sigue diciéndonos que la dignidad no se negocia. Su palabra es semilla. Su nombre, antorcha. Y su legado, una promesa aún pendiente de libertad verdadera.
Por Nicolas Parodi